martes, 2 de junio de 2009

Las monjas Dominicas en Serón



Las monjas Dominicas en Serón por José Bermúdez Corpas:

La mañana del 14 de Agosto de 1972, vísperas del día de la Virgen de los Remedios, llegaron a la estación de Serón las monjas: “Hermanas Dominicas Rurales Misioneras del Amor”. Del tren que las traía desde Abrucena se bajaron la madre fundadora, Doña Concepción López Cañil y la hermana Doña Manuela Tovar Muñiz. Allí en el andén la estaban esperando: D. Francisco Guerrero Peregrin, párroco de Serón, junto a su hermana Doña Encarnación y, el señor D. José Jiménez, uno de los donantes de la casa en donde iban a establecer su futuro convento.
Una vez visitada la casa y comprobar que se hallaba al lado de la “Ermita de la Virgen de los Remedios”, y en su misma plaza, aceptaron de inmediato quedarse allí.
La capilla, según cuentan las monjas, se encontraba limpia y muy bien arreglada, al igual que el resto de la casa, en donde las esperaba una despensa repleta de comida que había sido donada por la generosidad del pueblo. Como era ya avanzada la hora del medio día, D. Francisco las invitó a un generoso almuerzo en su casa. A la caida de la tarde, después de un merecido descanso, a las ocho, fue llevado el “Santísimo” en una devota procesión, seguida por muchos fieles, a la ermita de la Virgen de los Remedios, donde se procedió a la misa y en donde quedó hecha la reserva del “Santísimo hasta nuestros días.
A la conclusión de los actos, los donantes de la casa-convento, D. José y D. Emilio Jiménez, entregaron a la madre fundadora la cantidad de cincuenta mil pesetas para que pudieran comprarse una máquina de tricotar, y utilizarla como medio para ganarse su sustento, pues las monjas impartían gratuitamente clases de maternidad, parvulitos, corte y confección, mecanografía, etcétera.
El día 9 de Septiembre llegaron las hermanas Doña Isabel Sola Carmona, como superiora de la casa, y la hermana Doña Josefina Martínez Muñoz. Estas dos hermanas junto a Doña Manuela Tovar Muñiz formaron la primera comunidad de monjas de Serón.
El día 12 del mismo mes se fue la madre fundadora de Serón. Desde ese día hasta hoy, con numerosos avatares, sigue estando entre nosotros la presencia de las “Hermanas Dominicas Rurales Misioneras del Amor”.

Fue deseo expreso de D. José Jiménez y su hermano Emilio, comprar una casa en la “Plaza de Arriba”, cerca de la ermita de la Virgen de los Remedios, para aquellas religiosas que quisieran atender a la Patrona en sus cultos y mantener limpia su morada. La casa en cuestión era propiedad de D. José Martínez Pérez, conocido como “el tranquilo”, y que era lo suficientemente grande como para albergar en su interior un pequeño convento. Una vez realizada la gestión se empezó a buscar entre las ordenes religiosas algunas que quisieran aceptar dicho encargo.
Enterados de la existencia de las hermanas dominicas por medio de D. Bernardo Ávila, anterior párroco de Serón, viajaron a Abrucena el entonces párroco titular del pueblo, D. Francisco Guerrero Peregrin y los hermanos Jiménez para hablar con la madre fundadora e intentar que se vinieran a Serón. Hacia muy poco tiempo que se habían marchado del pueblo las Hermanas de “San Vicente de Paúl” dejando un grato recuerdo, pero cuyo carisma era más adecuado para otras zonas.
El día 14 de de Agosto de 1972 fueron a esperar a las hermanas dominicas, Concepción López y Manuela Tovar, a la estación de ferrocarril, el párroco D. Francisco Guerrero Peregrin junto a su hermana Doña Encarnación, quienes llevaron a las hermanas a la casa, la cual encontraron limpia, con la despensa llena, gracias a la generosidad de las gentes del pueblo. Ese día almorzaron en la casa del párroco, y después de la misa de la tarde, llevaron en una procesión multitudinaria el “Santísimo” hasta la capilla que instalaron en el convento.
Los hermanos Jiménez, José y Emilio, donaron a las hermanas, además de la casa, un obsequio de cincuenta mil pesetas para que pudieran comprar una máquina de tricotar, como medio para poder ganarse la vida, y como ya les venía ocurriendo en las casas fundacionales anteriores.
El día 9 de septiembre llegaron las hermanas Isabel y Josefina que, junto a la hermana Manuela, formaron la primera comunidad de la casa de Serón.
Pero pronto empezaron los problemas. El escaso mobiliario que tenían para las clases de párvulos se los llevaron los maestros al colegio, también en aquella época en plena efervescencia, por el cierre de los colegios de los anejos. Por lo tanto tuvieron que buscarse unos bancos que tenían en la casa y utilizarlos de pupitres. También compraron sillas para las niñas de labores, que eran numerosas, e incluso muchas venían andando desde los cortijos.
El Sr. Obispo le dio licencia a la superiora para exponer el “Santísimo” y dar la “Comunión”, siendo la primera vez que se lo concedían, lo que fue motivo de mucha alegría para ellas. Pero no fue la única, porque la Caja de Ahorros de Almería, hoy Unicaja, pagó la obra de las clases para niños y jóvenes, además de comprar el mobiliario. La exposición del Santísimo se hacía todos los primero viernes de mes y durante toda la noche.
De las primeras obras que se hicieron en la casa fue la capilla, que pasó a ser la mejor estancia del edificio, e incluso se le añadió una pequeña sacristía. Los hermanos José y Emilio Jiménez, que tenían negocios por toda España, y vivían en Zaragoza se preocuparon mucho por ellas, y José les llegó a prometer dos millones de pesetas para rehabilitar la casa. Y es que, por ser la casa muy grande, estaba en bastantes malas condiciones. En los bajos había tenido Antonio “el Marginés”, un marchante de animales, sus caballerías. Además había un pequeño aljibe de donde Antonio sacaba el agua para que los animales pudiesen beber, y regar un pequeño huerto que poseía la casa. En el primer piso había una habitación enorme, a modo de solana, que había servido para una pequeña granja de conejos, que regentaban el señor Luís Tocina y Antonio Margínes, y en donde, por razones desconocidas, se guardaban una enorme cantidad de botellas vacías. Don Francisco, el cura, les mandó a las monjas un pintor y una mujer que les ayudaran a las hermanas a arreglar la casa, y a disponer los muebles que las gentes de Serón les regalaron. También de Tíjola les subieron enseres de un convento que hacía muy poco tiempo se había cerrado. La solana se convirtió en dormitorios que se dividían con sábanas. Allí había un water y un lavabo. Pero lo que más preocupaba a D. francisco era la capilla, que al no ser muy grande, no encontraba el lugar exacto donde ubicar el sagrario. Por fin un día, buscando en la casa, se encontró en los pesebres una repisa dorada en donde pudieron colocar el sagrario y que todavía se conserva. La pronta muerte de D. José Jiménez y el fracaso de su negocio que fue ruinoso, fue el causante de que las hermanas no recibieran ni una peseta de los dos millones que les había prometido. Así pues, pocos enseres pudieron obtener más. Para la cocina compraron un frigorífico de segunda mano que les cotó dos mil pesetas, y en él metieron un pollo y una pescada.
En 1974 lo pasaron mal. No tenían dinero, ni clases, y un viernes hicieron el mercado con veinte y cinco pesetas que les dio un anciano por curarle los ojos. Otra vez fueron a un supermercado, pero no compraron casi nada por no atreverse a pasarse del poco dinero que llevaban. El dueño, que se dio cuenta, les regaló muchas cosas. Al salir del supermercado se encontraron con una señora que les dio quinientas pesetas como donativo.
La casa ha sido arreglada poco a poco. Junto al convento estaba la oficina de correos, pero un día decidieron llevársela al centro del pueblo, junto a la plaza del ayuntamiento; entonces, las hermanas dominicas decidieron comprarla y hacer con ella una residencia de ancianos a instancias del alcalde de Serón D. Luís Villalba Pérez, quien se comprometió a ayudarlas en esa labor. El dinero para acometer esa empresa se obtuvo de muchas donaciones, tanto del ayuntamiento como de particulares, y sobre todo de una señora anciana que ellas atendían, y que les donó sus bienes, para que tuvieran un lugar en donde atender a sus familias y a los más necesitados del pueblo.
También había en la casa un techo de uralita que, en una noche de viento, cayó a la plaza, dejando a la intemperie las habitaciones de esa parte del convento; entonces, las hermanas decidieron sacar esas habitaciones desde sus cimientos, para lo cual sus hermanas de la casa de Galaroza bordaron un manto en oro y les dieron su importe.
En diciembre de 1979 se abrió la residencia con nueve plazas que en seguida se cubrieron, y tuvimos que contratar a una muchacha para que nos ayudara por las mañanas en la cocina. Esa muchacha es conocida por todos como Aurorin. Los muebles que se pusieron en la residencia los donaron las “Hijas de María”
La Junta de Andalucía, les exigió reformar la residencia si querían tener ancianos. Por eso se cambiaron todas las puertas, se puso un ascensor ancho, con cabida para una camilla, se ensancharon los pasillos, se pusieron pasamanos, se hizo un baño grande y otras reformas más, que les costó mucho dinero y que poco a poco han ido pagando.
Por el convento han pasado muchas personas, familiares de las monjas, unos enfermos, otros en paro, incluso alguno que tuvo problemas con las drogas; otros especiales, incluso matrimonios, que siendo muy mayores, y por no quedarse separados, han estado juntos hasta sus últimos días. En el fondo, mas que residencia, es una gran familia, como alguna que otra vez les ha dicho algún sacerdote.


Agradecer a D. José Pablo Bermudez Corpas, el estudio realizado para la publicación de un libro sobre esta orden dominica almeriense.



No hay comentarios:

Publicar un comentario